Wednesday, April 15, 2015

Mangos.

Inspirado por el poema de Alejandro Magallanes.

La niña que amaba demasiado a los mangos. Ella sí sabía de qué era la vida, y nunca le pregunté.
Una chiquilla, que apenas al probar su primer mango, se enamoró locamente de él. Para ella no había nada más exquisito que un mango. Esa suave y tierna piel, dulce, cariñosa y colorada por los rayos del sol, le parecía irresistible.
Utilizaba sólo sus dedos y dientes para nutrirse de ese fruto, y llenarse de una enorme dicha. ¡Oh, cómo le gustaba morderlo! Su cara se llenaba de la más grande sonrisa, sus ojos eran estrellas, cintilando como el sol en un día de verano. Nunca tiraba las cáscaras de sus mangos; las secaba, trituraba y, después, conservaba el polvo en botellas. Tenía una cantidad considerable de estas botellas, y cada que las veía su cara se llenaba de emoción.
Muchos la llamaban rara, loca, ingenua, pero a ella no le importaban los insultos, pues sabía lo que hacía. Así que siguió comiendo mangos, ya que para ella, eran su nirvana: su paraíso. 
Felizmente continuó, hasta que un día comió unos mangos verdes. Le hicieron daño, y se sintió traicionada por su fruto. Se recuperó y siguió con su vida amarilla, perdonó el daño. Aunque el verdadero daño era que, demasiado de una cosa buena es nocivo para la salud. Los excesos son malos, después de todo sí era ingenua.
Días, semanas, meses, tuvieron que pasar para que llegara esa lamentable ruptura entre la niña y sus mangos, misma que era inevitable. La niña no la sentía llegar, disfrutaba lo que podía.
Ojalá nunca se me olvide su sonrisa en esos últimos momentos felices; ni nuestras risas, un sutil banquete para el alma. O su cara… al llegar el deplorable día que la temporada de mangos acabó. Dependió mucho de sus mangos, y tuvo que pagar el precio.
La niña era como un pájaro, libre y sencillo, volando por la extensa cuna celestial. Pero le cortaron las alas, y cayó contra el frío y duro mundo de la realidad.
Un pájaro sin alas podría vivir, ¿pero acaso a eso se le podría llamar vivir?
Tal vez por eso la niña no vivió, y su frágil cuerpo no soportó el dolor. Al final, fue enterrada junto con sus botellas de mangos, creo que eso la hubiera hecho feliz.
¡Oh niña! ¿Por qué me dejaste? 
¿Que no te había dicho que es aconsejable que cuando no haya mangos de manila, no pienses demasiado en ello? Pero lo hiciste, pensaste demasiado en que ya no tendrías más mangos, ya no más risas, ya no más alegría, ya no más juegos, ya no más nada.
Creíste que el mundo se había acabado, pero podrías haber sobrevivido, por tí, por mí.
Existen más frutas, más sabores, más cosas que no conociste, que nunca conocerás.
¡Maldita droga amarilla! Mi niña la drogadicta, se ha ido para siempre. 
Sobredosis de glucosa, sobredosis de felicidad.
Lo más peligroso lo tenemos frente al espejo.

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